jueves, 11 de octubre de 2012

Feria del libro de Fráncfort

Mientras usted está durmiendo

La feria del libro más importante del mundo, con Nueva Zelanda como invitada, empieza hoy y termina el domingo

Se reorienta hacia la formación privilegiada y el 'crossmedia'. Nueva Zelanda es la invitada de honor

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Preparativos antes de la apertura de la Feria de Fráncfort. / Alexander Heimann (Frankfurt Book Fair )
















































Ni crisis económica ni que el invitado de honor sea un país tan minúsculo en el ámbito editorial y literario como Nueva Zelanda. La Feria del Libro de Francfort ni se despeina con la ventisca que está soplando. Casi 7.400 expositores de 110 países y más de 3.200 actividades previstas son la tarjeta de presentación de la edición que empieza mañana y se cierra el domingo. “Se está enviando menos gente o se hacen estancias de menos días, pero no se puede dejar de ir y más cuando lo que está aguantando al sector es la exportación”, argumentan fuentes de la patronal de la industria editorial para justificar que la representación española no haya mermado especialmente en los últimos años.
El modelo está muy (bien) consolidado. Por eso, mientras por la crisis medio mundo está durmiendo (He moemoēa he ohorere, Mientras usted está durmiendo, es el lema en maorí con el que se presentan los neozelandeses en esta feria, jugando con el concepto de las antípodas en relación a Europa), Francfort sigue adelante porque se ha parcialmente reinventado a tiempo. Sí, Internet y las nuevas tecnologías, redes sociales incluidas, deberían provocar una sensación de inutilidad del encuentro pero casi seis de cada 10 de los participantes –el 58%, de fuera de Alemania y constantemente encuestados-- ponen como gran objetivo de su presencia precisamente “refrescar los contactos”. Y poco más de la mitad el “hacer de nuevos”. Como tercer elemento, y no menos baladí, arguyen que les interesa acudir a la feria para reforzar su perfil y crear imagen de marca. Ver y dejarse ver.

Nueva Zelanda

Tan aislada como lo está en la vida real (a 2.000 kilómetros de Australia, por ejemplo) la literatura neozelandesa parece un invitado insólito. En realidad, lo es. Con menos de 4,5 millones de habitantes (de ellos, apenas 750.000 maoríes), la industria del libro y la cultura ofrece datos chocantes pero que más de alguna nación grande quisiera para sí. Por ejemplo: la población adulta lee por placer una media de 44 minutos al día, consecuencia de que también un 44% de la población declara comprar al menos un libro al mes. Y, lo mejor: al parecer los leen. Casi la mitad de los neozelandeses declara haber leído un libro la semana anterior en la última encuesta realizada por el sector. El colmo: la no ficción (especialmente libros de cocina, biografías y de negocios) se lleva el 36% de las ventas, por encima de la narrativa. Y si no los pueden adquirir, acuden a las bibliotecas, la segunda actividad de ocio de los habitantes de las dos grandes islas, lo que explica que 1,54 millones de personas afirmaran que fueron a pedir prestado un libro en los últimos tres meses.
La traducción industrial de todo ello es la que es. Con el inglés, junto con el maorí, como lenguas oficiales, la importación de libros de Inglaterra, y seguramente Australia, es notable, lo que explica que la industria editorial neozelandesa edite apenas unos 2.000 títulos al año (España produce más de 86.000) y que sea poco más de un millar de personas las que vivan directamente de este sector. Cerca de 300 actividades, con la participación de un centenar de artistas, 40 editoriales y 70 escritores, darán muestras en Francfort de una cultura que está haciendo un notable esfuerzo por incorporar (las famosas apps ayudan) la rica tradición oral maorí, que hasta mediados de los sesenta ni tan siquiera aparecía en las antologías de la literatura neozelandesa. Tampoco es que su literatura blanca sea demasiado reconocida internacionalmente, aunque nombres como Kate De Goldi (el año pasado, Mondadori editó en España su novela La pregunta de las diez de la noche), Alan Duff (Seix Barral le publicó en 1999 Guerreros de antaño) y Lloyd Jones (que con su Mister Pip ganó hace cinco años el premio de la Commonwealth) se esfuerzan en ello. Eso es lo que hacen los neozelandeses mientras aquí dormimos.
¿El factor humano por encima del business? No del todo. La Feria de Francfort lleva varios años afilando dos puntas de lanza: la formación e información privilegiada y las sinergias de contenido del brazo del mundo digital. Ratifica el primer ámbito que casi un tercio de los acontecimientos que tienen lugar en la Buchmesse (1.100 convocatorias) sean paneles y seminarios (casi todos, exclusivos) donde los grandes gurús del sector muestran powerpoints por cuya información editores, agentes y fabricantes tecnológicos están dispuestos a pagar los siempre elevados precios de inscripción. Crece, pues, una parte académica de la feria.
La otra gran obsesión del equipo que capitanea Jürgen Boos es enlazar el mundo del libro con el del digital y convertir el evento en un obligado puente de trasvase de contenidos del papel a cualquier formato imaginable, del cine a una tableta; y ahí entran todo tipo de aplicaciones, videojuegos… Entre los organizadores lo han bautizado como “cooperación crossmedia” y el máximo exponente de ello es el StoreDrive Bussiness Center, creado hace solo dos años para sustituir el ya obsoleto rincón especializado en venta de derechos de libros al cine. Eso es puro pasado. “Maximice su historia; maximice su negocio”, reza uno de los epígrafes de los eventos que acoge StoreDrive. Pero toda la feria está ya impregnada de esa filosofía: aproximadamente medio millar de convocatorias son de temas digitales, lo que hace las delicias de unos participantes la mitad de los cuales (47%) ofrecen ya productos para ese formato. Con esas coordenadas, no es de extrañar que el ámbito dedicado a las agencias literarias no pare de crecer y sobrepasase ya el año anterior las 524 firmas presentes.

Nueva Zelanda

Tan aislada como lo está en la vida real (a 2.000 kilómetros de Australia, por ejemplo) la literatura neozelandesa parece un invitado insólito. En realidad, lo es. Con menos de 4,5 millones de habitantes (de ellos, apenas 750.000 maoríes), la industria del libro y la cultura ofrece datos chocantes pero que más de alguna nación grande quisiera para sí. Por ejemplo: la población adulta lee por placer una media de 44 minutos al día, consecuencia de que también un 44% de la población declara comprar al menos un libro al mes. Y, lo mejor: al parecer los leen. Casi la mitad de los neozelandeses declara haber leído un libro la semana anterior en la última encuesta realizada por el sector. El colmo: la no ficción (especialmente libros de cocina, biografías y de negocios) se lleva el 36% de las ventas, por encima de la narrativa. Y si no los pueden adquirir, acuden a las bibliotecas, la segunda actividad de ocio de los habitantes de las dos grandes islas, lo que explica que 1,54 millones de personas afirmaran que fueron a pedir prestado un libro en los últimos tres meses.
La traducción industrial de todo ello es la que es. Con el inglés, junto con el maorí, como lenguas oficiales, la importación de libros de Inglaterra, y seguramente Australia, es notable, lo que explica que la industria editorial neozelandesa edite apenas unos 2.000 títulos al año (España produce más de 86.000) y que sea poco más de un millar de personas las que vivan directamente de este sector. Cerca de 300 actividades, con la participación de un centenar de artistas, 40 editoriales y 70 escritores, darán muestras en Francfort de una cultura que está haciendo un notable esfuerzo por incorporar (las famosas apps ayudan) la rica tradición oral maorí, que hasta mediados de los sesenta ni tan siquiera aparecía en las antologías de la literatura neozelandesa. Tampoco es que su literatura blanca sea demasiado reconocida internacionalmente, aunque nombres como Kate De Goldi (el año pasado, Mondadori editó en España su novela La pregunta de las diez de la noche), Alan Duff (Seix Barral le publicó en 1999 Guerreros de antaño) y Lloyd Jones (que con su Mister Pip ganó hace cinco años el premio de la Commonwealth) se esfuerzan en ello. Eso es lo que hacen los neozelandeses mientras aquí dormimos.

http://cultura.elpais.com/cultura/2012/10/09/actualidad/1349780807_111724.html

El País


El futuro de la lectura


El futuro de la lectura

El futuro de la lectura ya no será lineal, sino radial

Los libros electrónicos permiten saltar a imágenes, música o diccionarios

Las ediciones en papel serán un lujo y un placer. Con todo, los expertos animan a no perder la capacidad de leer con atención

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Leemos todos los días. A todas horas. Inconscientemente. La información nutricional de la caja de cereales, las señales de tráfico, la factura de la electricidad, las vallas publicitarias. Conscientemente. Una novela de Jonathan Franzen, el periódico, el muro de Facebook, los resultados de una búsqueda en Google. Somos más lectores que nunca. Pero desde hace tiempo utilizamos esa vieja palabra, leer, para nombrar un acto que está en transición. Que no es lo que era. La lectura está cambiando y, con ella, nosotros, los lectores.
Día tras día leemos titulares sobre la desaparición del libro físico y los correspondientes desvelos de editores, libreros, bibliotecarios, pero, cuestiones de mercado aparte, nosotros, los lectores, ¿cómo leeremos en el futuro? ¿Qué entenderemos por libro? ¿Qué entenderemos por leer? ¿En qué soportes leeremos? ¿Cómo hablaremos de libros? ¿Dónde conseguiremos los libros?
1 Una vieja tecnología. ¿Qué entenderemos por libro?
“La tecnología es todo aquello que fue inventado después de que tú nacieras”. La cita es del ingeniero informático Alan Kay y hace referencia a esa idea generalizada de que tecnología es sinónimo de nuevo. Los ordenadores, los móviles, los GPS son tecnología. ¿Los libros? También, insiste Joaquín Rodríguez, editor, autor y responsable del blog Los futuros del libro. “Aunque nos preceda nueve siglos y sea algo natural en nuestras vidas”. El libro es una tecnología para muchos inmejorable: compacta, portátil, fácil de usar, barata, autónoma. Por eso precisamente ha tardado tanto en iniciar su tránsito hacia lo digital. “Los libros son artefactos increíbles”, reconocía Jeff Bezos, consejero delegado de Amazon, para luego añadir: “Son el último bastión de lo analógico”. Esa semana de noviembre de 2007 el gigante de Internet presentaba el lector electrónico Kindle.
Hasta hace no demasiado, la primera acepción del Diccionario de la Real Academia Española bastaba para describir qué era un libro: “Conjunto de muchas hojas de papel u otro material semejante que, encuadernadas, forman un volumen”. Ahora empieza a haber consenso en torno a otra, propuesta por el veterano periodista, escritor y gurú del futuro Kevin Kelly: “Un único argumento o narrativa de extensión larga, sin importar su forma o si es en papel o electrónico”.
Siempre habrá libros muy aumentados, como los infantiles, con un despliegue muy llamativo
Una de las principales características de los libros del futuro es que “no serán un ladrillo inmutable”, escribe Craig Mod, editor, escritor y diseñador de la revista social Flipboard, en el texto Post-artifact books & publishing. Esas erratas que siempre se escapan a pesar de las múltiples revisiones podrán corregirse en posteriores actualizaciones, donde autores o editores no solo enmendarán errores, también ofrecerán nuevos contenidos a los lectores, práctica común en el terreno de las aplicaciones y con la que ya experimenta Nórdica Libros: El viento comenzó a mecer la hierba, de Emily Dickinson, pronto incluirá más poemas recitados. También los lectores contribuirán con sus notas a engordar el e-book que, en muchas ocasiones, será una lectura multimodal, es decir, podrá incluir letras, imágenes, enlaces, vídeos…
Aunque no conviene esperar fuegos artificiales de todos ellos, opina José Antonio Millán, autor de varios estudios sobre la lectura en España y responsable del blog Libros y Bitios. “Siempre habrá libros muy aumentados, como los infantiles, con un despliegue muy llamativo. También habrá obras científicas con muchas adiciones que facilitarán el estudio o la comprensión, pero la novela podrá seguir siendo novela. En una edición de Ulises podrás ver un mapa, por ejemplo. Pero hay veces que no hace falta nada”.
2 Leer palabras, leer imágenes. ¿Qué entenderemos por leer?
“Leer es una creación humana. No es natural sino una práctica social que cambia en cada momento de la historia, en cada comunidad y en cada contexto, aunque la palabra sea la misma. No es lo mismo lo que hacemos ahora que lo que hacíamos hace cincuenta años o lo que haremos dentro de otros cincuenta”, explica Daniel Cassany, profesor e investigador de Análisis del Discurso de la Universidad Pompeu Fabra y autor de En_línea. Leer y escribir en la red (Anagrama). Libro abierto, lector enfrascado, ese es el concepto de lectura, culta y profunda, que sigue arraigado. Pero leer ha crecido —y seguirá haciéndolo— en acepciones, importancia y dificultad. “Leer es más complejo porque leemos más imágenes, más documentos multimodales. Eso de leer una página con letras está totalmente muerto. En los textos habrá fotos, vídeos, letras y tendremos que relacionar todo para darle significado. Leer en el sentido de acceder a la información es mucho más fácil, pero si entendemos leer por comprender es más difícil, porque hemos pasado de leer lo que escribía la gente de nuestro alrededor con palabras que entendíamos a leer lo que escribe gente de todo el mundo”.
“Buscar en Google, utilizar un traductor para entender algo en inglés o francés, consultar un dato que desconocemos en la Wikipedia, todo es leer”, insiste Cassany. Simplemente tenemos que acostumbrarnos: leer es una actividad cada vez más tecnológica. De ahí que surjan nuevas acepciones. “Por ejemplo, la lectura de redes sociales es totalmente nueva, antes era oral. La gente socializaba cara a cara, por teléfono, por carta, en cambio ahora se pasa horas conectada a Facebook o Twitter”. Y que las clásicas cambien para adaptarse a los tiempos. “La lectura científica ha cambiado muchísimo. Yo hace veinte años leía revistas y libros. En cambio ahora esto es solo una parte, y no la más importante, de lo que hago. Cuando algo me interesa, lo primero es buscar el nombre del autor e ir a su blog, a YouTube, a Slideshare; los libros son complementarios. En cambio, leer literatura cambiará poco porque los autores principales van a seguir escribiendo libros y, en vez de leerlos en papel, los leeremos en un iPad, buscaremos una palabra en el diccionario o un topónimo en Wikipedia, subrayaremos o veremos qué personas han subrayado un determinado fragmento. Hay un enriquecimiento, pero se sigue leyendo la misma obra”.
3 Pantallas, pantallas, pantallas. ¿En qué soportes leeremos?
Más de la mitad de los españoles lee ya en soporte digital, según el informe Hábitos de lectura y compra de libros en España 2011 (el 52,5% de la población, aunque solo el 6,8% lee libros de esta manera). En ordenadores, teléfonos móviles, agendas electrónicas o e-readers (cuyo uso ha aumentado un 75% y alcanza el 3% de los entrevistados). Y “una gran mayoría” de los estudiantes son lectores digitales, así que no parece descabellado alegar que las lecturas del futuro se realizarán fundamentalmente en ordenadores, teléfonos inteligentes, tabletas y lectores electrónicos. Craig Mod considera que “los e-readers serán gratuitos en un par de años. Serán, en realidad ya lo son, los libros de bolsillo del mundo digital. Y las tabletas imperarán como aparatos universales de uso informático y de lectura”.
Hemos perdido la paciencia para esa lectura que favorece pensamientos pausados
Mod cuenta por correo electrónico que meditó sus respuestas desde una cabaña sin conexión a Internet que alquiló al norte de Nueva York para leer y escribir sin interrupciones ni tentaciones digitales. Ya lo advertía el periodista Nicholas Carr en Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? (Taurus), “la Red atrae nuestra atención solo para dispersarla. Nos centramos intensamente en el medio, en la pantalla, pero nos distrae el fuego graneado de mensajes y estímulos que compiten entre sí por atraer nuestra atención”.
El estado natural de nuestro cerebro es distraído: excepcionalmente las páginas de los libros lograron la hazaña de mantenernos absortos durante horas, pero hoy parece improbable que las páginas de los libros digitales vayan a repetirla. Los dispositivos de lectura conectados ponen al usuario en el aprieto de tomar decisiones constantemente: ¿hago clic en el enlace? ¿Abro el vídeo? ¿Leo los comentarios de otros lectores? ¿Recomiendo el libro en Facebook? Un nuevo correo electrónico, ¿lo leo ahora o luego? ¿Y si echo un vistazo a Twitter o YouTube?
“A mí me preocupa que todos queramos lecturas más breves y sencillas. Hemos perdido la paciencia para esa lectura que favorece pensamientos pausados y nos transporta a niveles de significado más profundos”, explica Maryanne Wolf, psicóloga experta en lectura y autora de Cómo aprendemos a leer (Ediciones B). ¿Y qué pasaría si se confirmasen sus temores? “La lectura profunda abarca toda una serie de procesos sofisticados que nos permiten inferir lo que no se dice en el texto a partir de lo que sí se dice. Igualmente importante, nos permite reflexionar crítica y analíticamente sobre lo que está escrito para no aceptarlo sin que medie un verdadero pensamiento. Con la lectura profunda podemos trascender lo escrito para alcanzar reflexiones superiores y, en ocasiones, originales. Sin ella, el lector permanece en la superficie del conocimiento y queda a merced de todo lo que lee”, explica desde Boston.
Y no es el mejor momento para hacerlo. “Los lectores nunca se han enfrentado a tal cantidad de información ni han estado tan necesitados de lectura crítica y analítica como ahora. Asusta pensar que los nuevos lectores utilicen el común denominador de ‘lo que es más popular en número de visitas en un servidor de Internet’ como la base de sus opiniones y creencias. No es que la cultura digital sea enemiga de la cultura literaria, pero tiene la capacidad de destruir o erosionar los mejores aspectos de ella: el cerebro capaz de leer con profundidad”.
¿Desaparecerá el libro de papel? No, pero evidentemente perderá relevancia. Y al haber menos libros físicos, su método de producción se adaptará. Tanto Joaquín Rodríguez como José Antonio Millán coinciden en que predominará la impresión bajo demanda. “Tradicionalmente, el editor imprime y a lo mejor vende. Imprimir después de que la venta se haya producido es una ventaja y el cliente ni siquiera tiene que saber que el libro se está generando digitalmente. Esa vieja usanza de la impresión offset desaparecerá, excepto para grandes tiradas de best sellers”, argumenta Rodríguez. Aparte de los editores, recalca Millán, también los lectores saldrán ganando. “Encargar una obra en papel para retirar inmediatamente será un excelente servicio. Por ejemplo, el lector podrá entrar en una web de compra, encargar el libro en impresión bajo demanda, pagarlo y recogerlo en su barrio, donde habrá varios puntos, o en una máquina expendedora, como ya ocurre con las entradas. Es probable que surjan estructuras parecidas porque son buenas para todos”.
El 90% de los usuarios de las comunidades online nunca hace ningún tipo de aportación,
4 La era de la lectura social. ¿Cómo hablaremos de libros?
“El tema central de la literatura es la sociedad y cuando nos perdemos en un libro recibimos una lección sobre las sutilezas y los caprichos de las relaciones humanas. Varios estudios han demostrado que la lectura tiende a hacernos más empáticos, más alerta con las vidas interiores de los demás. El lector se abstrae para así ser capaz de conectar más profundamente”, escribe Nicholas Carr. Es cierto que hablar de lectura social suena a oxímoron porque tradicionalmente ésta ha sido una actividad solitaria. Antes la lectura sólo se hacía social —en realidad, más social, si atendemos a Carr— cuando cerrábamos el libro y lo comentábamos con otras personas, pero en el presente, y cada vez más en el futuro, esa sociabilidad estará más cerca, dentro de los márgenes del libro.
El fragmento de Nicholas Carr está extraído de un texto titulado ‘The dreams of readers’ perteneciente al libro Stop what you’re doing and read this! y lo han subrayado, informa Kindle, 11 personas. Con las pantallas la lectura estrena una nueva capa de sociabilidad: al leer podemos anotar y exportar nuestras notas, subrayar, añadir marcadores, compartir fragmentos en el muro de Facebook o comentarios en Twitter y ver qué han subrayado, marcado o comentado otras personas que hayan leído el mismo libro… Bob Stein, pionero del libro electrónico y director del Institute for the Future of the Book, está convencido de que sus nietos no concebirán otra forma de leer: su lectura será siempre en compañía.
Tanto Millán como Rodríguez reconocen el potencial de la lectura social, pero rebajan el entusiasmo de Stein apelando al principio 90-9-1 que, al menos por ahora, impera en la cultura digital y que dice que el 90% de los usuarios de las comunidades online nunca hace ningún tipo de aportación, el 9% participa comentando, editando y generando contenidos de vez en cuando y el 1% monopoliza la actividad. “Que todo el mundo que lea en un Kindle o Tagus haga subrayado social y comentarios es mucho pensar”, cuestiona Millán. “Tengo mis dudas empíricamente contrastadas. Tengo un blog hace mucho tiempo, uso Internet y me meto en muchos sitios, y verdadero diálogo, crítica y trabajo cooperativo he encontrado en muy pocos lugares”, apunta Joaquín Rodríguez.
5 Menos estanterías, más personas. ¿Dónde conseguiremos los libros?
Para imaginar lo que será una biblioteca del futuro basta con seguir los pasos de la Biblioteca Pública de Nueva York, institución de referencia mundial que se está aplicando para que su importancia quede intacta en el siglo XXI. El plan es el siguiente: dos millones de volúmenes, que hasta ahora ocupan ocho plantas de su sede central, serán trasladados a dos almacenes externos para así poder crear un nuevo espacio público ideado por el arquitecto Norman Foster. Donde antes había estanterías, habrá hileras de ordenadores, cafeterías y zona wifi. “La propia forma de la biblioteca está asumiendo esa dimensión poliédrica donde habrá espacio para libros, para textos electrónicos, pero también para muchas otras fuentes diferentes y donde el bibliotecario tendrá una personalidad distinta”, explica Rodríguez. Será un mediador, en palabras de Cassany. “Hasta hace poco los bibliotecarios han estado muy preocupados por el catálogo: conseguir fondos para la biblioteca, archivarlos, etiquetarlos con los sistemas universales idóneos. Y ahora, como Internet hace accesible toda la información, este trabajo ha perdido interés y su día a día está volcado en la atención al usuario, la formación, lo que se llama alfabetización informacional, es decir, el fomento de esa capacidad de entender en un mundo en el que es más complejo hacerlo porque estamos infoxicados”.
Y es que acercarse a la biblioteca simplemente para sacar un libro será algo excepcional. Los textos serán —en su mayoría— digitales y las gestiones online, como ya ocurre en la Biblioteca Pública de Nueva York. Desde el año pasado, sus usuarios pueden hacer buena parte de los trámites desde la web o desde una aplicación instalada en un teléfono inteligente: buscar en el catálogo, reservar un título, renovar un préstamo… Y si el libro o revista está disponible en formato electrónico, puede descargarlo y, cuando termine el plazo, el contenido simplemente desaparecerá del aparato.
El futuro pertenece a la lectura digital y, por supuesto, a las librerías online. Las de toda la vida resistirán solo si cambian. “No pueden seguir aspirando a ocupar el mismo espacio porque obedecen a un modo de producción que necesitaba que el territorio se irrigara a través de esa red comercial. Si el contenido ya no se distribuye de esa forma, esos espacios no son estrictamente necesarios a no ser que se especialicen y / o multipliquen sus servicios. Las librerías ya se están convirtiendo en espacios más convivenciales, donde se busca una lectura social, una presentación, una charla. Mientras vayan a eso y entiendan que tienen que utilizar las tecnologías digitales, sobrevivirán”, concluye Joaquín Rodríguez.

Libros y blogs
En_línea. Leer y escribir en la red. Daniel Cassany. Anagrama. 288 páginas. 19,90 euros (electrónico: 14,99).
Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? Nicholas Carr. Traducción de Pedro Cifuentes. Taurus. 344 páginas. 19,50 euros (electrónico: 11,99).
Stop what you’re doing and read this! Nicholas Carr. Vintage, 2011. www.nicholasgcarr.com/
Cómo aprendemos a leer. Maryanne Wolf. Traducción de Martín Rodríguez-Courel. Ediciones B. 320 páginas. 5,95 euros.
El viento comenzó a mecer la hierba. Emily Dickinson. Traducción de Enrique Goicolea. Ilustraciones de Kike de la Rubia. Nórdica Libros. 112 páginas. 16,50 euros.
Los futuros del libro. Joaquín Rodríguez. futurosdellibro.com/
Libros y bitios. José Antonio Millán. jamillan.com/
Craig Mod. craigmod.com
Hábitos de lectura y compra de libros en España 2011. Federación de Gremios de Editores de España (FGEE). www.federacioneditores.org/

http://cultura.elpais.com/cultura/2012/09/12/actualidad/1347445405_451371.html

El País